Treinta años después de ese cercano pasado, se descubrió la verdad: Hace poco tiempo, se lo vio a Samuel Selenberg, tacaño vecino del segundo barrio, saliendo de la acequia embarrado y con bolsas de Autoservicio Bueno y Super VEA (con el logo viejo) al parecer se metía a la acequia para viajar en el tiempo y comprar (a precio de los años 80) la mercadería los martes y jueves, de esa manera le ganaba a la inflación. No sólo eso, sino que el propio Samuel organizaba clandestinamente excursiones al pasado cobrando grandes cantidades de dinero por esto. Las excursiones incluían: Una charla en el Cesarito (mítica librería de la Adolfo calle), comprar mercadería en Don Bueno, Tomarse el micro 10 azul y blanco, presenciar como asfaltaban la calle Houssay, tomarse un helado en Mailhó cuando era un garage y comprar bananita Dolca en el Kiosco del Ruly Por otro precio tenías la promo 2 que incluía: probarse un zapato Rigazio en Calzados Gaby, con un joven Juan Carlos que te atendía con 35 años de edad y pesarte en la vieja balanza de Farmacia Chimpay mientras Don Lito (con bigotes y con pelo) te trataba de vender un shampoo Valet en sobres. Las excursiones duraban un solo día por lo que los "turistas" tenían que aprovechar el tiempo a lo loco para poder hacer todas las actividades. Estaba prohibido visitarse a si mismo, para evitar darse auto-consejos sobre el futuro que alteraran el curso natural del destino, como así también espiar con quien salía la que después iba a ser tu novia/o y evitar así reproches futuros. Samuel hizo mucho dinero con esto ya que muchos nostálgicos quisieron meterse a la acequia del tiempo, (como se la empezó a denominar) para curiosear. Apenas llegaban a "destino" los turistas (en su propio barrio) quedaban fascinados, las cosas eran las mismas pero con otro orden, las personas que conocían eran mas jóvenes y muchos negocios ya no estaban, o mejor dicho, todavía no estaban. Los árboles eran mas chicos y se respiraba un aire de melancolía que no era tal porque el pasado era presente. La actitud de los participantes variaba mucho, algunos salían corriendo a su casa, otros como Samuel aprovechaban ofertas al precio de la época, los mas románticos iban a lugares que significaban mucho para ellos, y otros simplemente se quedaban parados lagrimeando viendo el paisaje de esos años. Carlos F. aprovechaba a ver autos de la época para ver si podía venderlos en el futuro, pero desistió de la idea cuando alguien le dijo que el auto no pasaría por el pequeño puente.
Los años 80 recibieron así visitantes y "turistas" que hicieron crecer los negocios de la Adolfo Calle y Pedro Vargas (algunos se iban a probar las empanadas de Porky´s) y el barrio creció mucho en esos años gracias a ....su misma gente. Las ventas eran dobles porque la misma persona compraba un kilo de pan pero con 30 años de diferencia. Algunos economistas afirman que el Unimev le ganó a la hiper inflación por esta misma razón.
El tiempo pasó y un día martes a la mañana, el puente del tiempo se vino abajo, Al parecer un camión de la municipalidad quiso dar la vuelta y el puente no soportó su peso. El municipio lo arregló tres días después pero nada fue igual. Las personas se amontonaban para ver si seguía siendo mágico, pero no. Ahora era un puente mas. Todos guardaron el secreto, hasta Samuel, quien se construyó una casa en el tercer barrio con lo que había ganado. Ya no se podía volver atrás, las personas quedaron enjauladas en su propio tiempo, el que les correspondía y todo pareció haber sido un sueño. Hay quienes afirman que algunos no volvieron, que prefirieron quedarse en el pasado. Los cabellos se hicieron blancos con la fina brisa del tiempo, las arrugas aparecieron en los rostros, y muchos, aún hoy, por las noches se embarran las rodillas buscando inútilmente otra acequia del tiempo...
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