El Lolo Ramirez se quejaba todo el tiempo de que en Unimev no pasaba nunca nada
Esta afirmación lo deprimía, Ramirez necesitaba sentir adrenalina, vivir en un lugar interesante donde haya mitos, cuevas, cosas extrañas, leyendas antiguas... En el barrio lo mas extraño que habia vivido es el ladrido de un perro a las 4 de la mañana o un motor de moto que lo dejaba sordo. Quizás un yogur vencido en algún almacén y su reclamo era lo mas adrenalínico que podía suceder o una discusión de tránsito en la calle Houssay con algún taxi. Ramirez necesitaba otra cosa. Salía a recorrer el barrio al atardecer en busca de algún episodio que le generara nervios y curiosidad pero no lo conseguía. Las vecinas siempre hablaban lo mismo, los kioscos igual, nadie se atrevía a hacer "algo interesante" ni adentrarse en cosas mas volátiles. No siempre recorría las mismas calles. Ramirez estaba aburrido. Un día de los tantos que tiene el Unimev, Ramirez se levantó a la mañana y salió a la calle y esta era diferente. Pasaban carruajes de 1900, los hombres usaban galera, las calles eran empedradas, Ramirez no lo podía creer, salió corriendo por Pedro Vargas en dirección a la iglesia. Esta existía pero era antigua, como las grandes catedrales europeas. Los ojos de Ramirez se desorbitaron al mirar una cúpula a dos puntas. Monjas entonaban cantos gregorianos. La escuela de enfrente era muy antigua también y alumnos vestidos de azul salían con peinados antiguos y vestimenta de 1900. El barrio era el mismo pero en 1900 !!
Corrió por las calles, agarró por Brigante donde había unos palacios medievales y jardines. Las mujeres salían con vestidos largos y los autos estacionados eran Ford T y algunos caballos. Ramirez pensó que estaba soñando y decidió continuar su sueño paseando por las calles. Los negocios eran ferias donde los mercaderes vendían sus productos en medio de un gentío imparable. fue hasta el Pepe de la calle Keller y este estaba ahi, pero no era el Pepe, era un mercader llamado José que cuando lo vio apenas lo saludó. Vio que ese mercader le regalaba una banana a un niño que acompañaba a su madre y suspiró...algo era igual. El boulevard de la Adolfo Calle presentaba carpas donde mercaderes vendían cereales, la calle era de adoquínes. Fue a la farmacia donde entró y vio que era todo de madera lustrada, los frascos de medicinas eran de vidrio y Doña Inés lucía una peineta y rodete. Ramirez sabía que estaba soñando pero no quería despertar. Despertar significaba un mundo ya conocido y quería explorar este nuevo mundo, este nuevo ¿nuevo? barrio. La gente y las calles lucían diferentes, por un momento se preguntó si en verdad era el mismo barrio pero la distribución de las calles y negocios eran idénticos. Sin duda era el Unimev pero...¿en otra época? en ¿otra dimensión?. Volvió a su casa, ésta por supuesto también era distinta, se accedía por un camino de piedra con arboles y una portón de madera. El interior era el mismo pero de piedra maciza. El espejo devolvía la imagen de un Lolo Ramirez cambiado. Era el mismo pero con barba y bigote y un traje con reloj de mano y una cadena. Se quedó mirándose a si mismo o quizá la otra versión de si mismo...suspiró.
Ansió con ganas volver ¿volver donde? simplemente volver. Regresar a eso que tanto criticaba, a eso tan conocido y aburrido que ahora se le presentaba como algo lejano y deseado. Volver en el tiempo si es que eso era en realidad otro tiempo, regresar a los caminos de cemento de la avenida, pisar las baldosas de siempre. Se sentó en la salida de un palacio ubicado en Azcuénaga y Pedro Vargas buscando inconscientemente el kiosco de Cano, cuando vio bajar desde Azcuénaga un carruaje. Venía como del barrio Cadore a paso lento por los adoquines. El caballo relinchaba, el conductor de bigotes y sombrero le hizo un ademán. Lolo Ramirez lo saludó tímidamente mirándolo a los ojos. El caballo era blanco y el carruaje le recordaba a los de la películas antiguas. Miró al conductor nuevamente y éste con una sonrisa le preguntó "regresamos"?
Lolo Ramirez lo dudó, miró a su alrededor y tomando la baranda del carruaje subió a su interior sentándose en un asiento rojo de felpa. El caballo relinchó y el carruaje se perdió en la niebla camino abajo por la calle Azcuénaga.
Dicen que al otro día Lolo Ramirez fue corriendo hacia el kiosco de Cano y con una sonrisa compró un chiclé Bazooka.
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