Esto lo comprendió un día al vender una docena de tortitas y darse cuenta que su vida era un ritual aburrido e inherente. Pandolfi necesitaba emoción. Esa que no tenía desde hacía décadas. Tampoco se sentía querido. No tenía novia, amigos, seres queridos, ni hijos. Su vida era agarrar miñones, medialunas colocarlas en una bolsa y cobrar. Llegó a pensar que la gente solo lo quería por eso. Su amada, la inalcanzable Carina nunca le dio un rayo de esperanza. Pandolfi sufría mucho ese desamor. Muchas veces se preguntó: ¿cuanta gente realmente me quiere? dos? tres..? Al llegar a casa prendía la tele, el zapping no lo dejaba ver nada. En 5 meses solo se vio una película que ni siquiera recordaba de que se trataba. Al otro día lo mismo, y lo mismo, y lo mismo, y lo mismo y lo mismo...y lo mismo...
Tomó una dura y repentina determinación. Esa misma noche se suicidaría. Pero no sería un simple suicidio. Pandolfi necesitaba ver cuanta gente asistiría a su velatorio, y estando muerto se lo perdería. Ni siquiera podrían contárselo. No podía perderse la cara de la gente que asistiría y viera su cajón. ¿Que cara pondrían? ¿quiénes llorarían? ¿quiénes se alegrarían? ¿asistirá al velatorio la bella Carina? decidió averiguarlo.
Con un amigo propietario de una sala de velatorio, al cual tuvo que contarle su secreto, compró un cajón. Su velorio seriá a cajón cerrado supuestamente por un aparente "suicidio". El acta de defunción seriá una receta trucha de un sello robado. El plan estaba en marcha y de ésta manera Pandolfi podía cambiar de vida que es lo que tanto buscaba. No sabía bien que iba a ser de su futuro, quizás mudarse silenciosamente a otra provincia, otro barrio, otro mundo...
La noticia llegó "Pandolfi, el panadero se suicidó anoche" el barrio estaba conmocionado, las viejas lloraban. El día había llegado. Pandolfi no salió de su casa hasta la noche, hora del supuesto "velatorio" Todo estaba todo preparado. Había invertido todos sus ahorros en semejante y original emprendimiento. El espejo de su baño reflejaba unos lentes oscuros, un bigote prolijamente diseñado, una peluca y una gorra negra. Nadie notaría la farsa ni el disfraz.
A las 9 de la noche Pandolfi caminó nervioso hasta el lugar de su velatorio. Estaba temblando, la boca seca. Entró al lugar donde había ya mucha gente reunida. Vio clientes de años, vecinos, conocidos. Tragó saliva. Se paseó lentamente entre ellos observando sus caras de cerca. Algunos lloraban. Se arrimó hacia el cajón donde el mismo "estaba adentro" se imaginó por un instante realmente ahí y una claustrofobia sin igual lo invadió. Hizo un alarido temblando. Una señora lo abrazó diciendo "tranquilo...todos lo queríamos..." Pandolfi la miró llorando y la abrazó. Era doña Marta. Por primera vez se sintió protagonista, se sintió el centro. Toda esa gente estaba ahí solo por él, solo por él. Comenzó a llorar como todos, pero la diferencia era que él lloraba por él mismo. Vio a Doña Estela, clienta de años la cual siempre le contaba sus problemas, vio a Jorge que siempre compraba medialunas (quemaditas por favor) vio a Don Ernesto, fanático de las tortitas raspadas (nunca pinchadas) vio a gente del barrio que apenas conocía de vista. Hasta que levantó la mirada con sus ojos inundados y ahí la vio. La bella Carina estaba ahí. Desconsolada. Herida. Frágil. Carina lloraba al lado del cajón como pocas diciendo "era el amor de mi vida, era mi amor" Pandolfi se arrimó a ella y la abrazó tímidamente. Carina no paraba de repetir "era mi amor, nunca me animé" Pandolfi no podía creer lo que estaba escuchando y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Sentía su respiración agitada, su aliento. Se sentó. Esa revelación póstuma le atravesó el alma como un viento fugaz. No lo sabía, era una sorpresa. Vio un desfile de caras conocidas llorándolo, amargados, hablando cosas buenas sobre él. Escuchó palabras que nunca hubiera imaginado. Se sintió querido, como los grandes artistas que son valorados luego de su muerte. Planear su propio velorio era una idea brillante para conocer secretos sobre él mismo pero a la vez era un plan que no tenía vuelta atrás. De ahora en más ya estaba literalmente muerto. No podía agradecer tanto cariño, no podía dar a conocer su depresión ni podía exponer la verdad. Sintió ganas de arrancarse el falso bigote y decirles a todos "aqui estoy", "perdónenme, fue todo una farsa", gritar que estaba vivo, que ese cadáver no era él. Sintió la necesidad de agradecer a todos...pero no podía, mucho menos con Carina, quien no le perdonaría semejante estupidez. Pandolfi se sintió realmente dentro del cajón. La impotencia y el cansancio lo atormentaban. Era tarde. La gente comenzó a irse, también la bella Carina quien Pandolfi observó hasta el último minuto. Era un verdadero adiós, una despedida poco común, pero despedida al fin.
Pandolfi estaba triste pero a la vez feliz, por primera vez se sintió importante, su alma comenzó a vibrar. Un velo de aire puro ingresó a sus pulmones y lo llenó de vida. Una vida tardía, quizá fuera de tiempo. Quizá ya sin sentido. esa noche Pandolfi resusitó.
A las 10 de la mañana de un martes de la semana próxima al velorio, un hombre con barba y anteojos negros embarcaba en Ezeiza con rumbo a Italia, la tierra de sus ancestros. una nueva vida lo esperaba allá. La bella Carina siempre formará parte de sus recuerdos, al igual que las tortitas raspadas, una medialuna solitaria y alguna que otra lágrima.
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