sábado, 31 de octubre de 2020

LA LITERATURA INTERIOR

El estreñimiento intestinal suele ser una odisea para quienes lo padecen. Es que el no poder sacar todo lo que tenés adentro produce un malestar que llega muchas veces a alterar los ánimos, y hasta la psiquis misma

A Abelardo Cuello le pasaba lo inverso. Abelardo era un tipo abierto, fugaz con un sentido del humor único y una apertura hacia las personas realmente envidiable. Pero así como era en la vida, era en su baño. Abelardo sufría tremendas diarreas a cualquier hora del día. Probó con pastillas de carbón, loperamida, arroz Gallo Oro y diversas hiervas pero nada. Usaba el inodoro como fuente de inspiración ya que pasaba varias horas en él. 

Escribió grandes poesías en su baño como así también ensayos; el más conocido ganó un premio Konex titulado "El aroma de las palabras" donde relata algunas inquietudes existenciales. En su libro "Hazañas intestinales y del alma" relata claramente como el ser humano es propenso a sacar los elementos que no utiliza y adquirir otros. Plantea también que el hombre (y la mujer) es un filtro entre un manjar y algo desechable poniendo en duda las bases del humanismo y cuestionando al ser humano como motor de todo lo bueno. "Lo que comienza como sushi o comida árabe en un restaurante lujoso termina indefectiblemente en el inodoro, en el medio transita el complejo laberinto humano..." asegura.

Abelardo escribía en el baño, el cual era bastante amplio, con una biblioteca al lado de la bañera. Tenía tomos de Niesztche, Vargas Llosa, Borges, Oscar Wilde, Virginia Wolff y otros.

Un día martes, Abelardo tuvo que decidir uno de los sucesos mas importantes de su vida. A las 4 de la mañana y al notar que el rollo de cartón de papel higiénico rodaba sin papel, Abelardo enloqueció. Llamó a su hijo por celular pero éste no atendía, llamó a los vecinos para que alguien le acercara el valioso y faltante papel higiénico que necesitaba. Pensó, analizó, agarró libros de Descartes y Platón. El problema tenía que ser resuelto. Quizás el menor de sus nietos podría treparse por la medianera y a través de la ventana pasarle un deseado rollo nuevo. Quizás el cadete de la farmacia podía entrar (creía que la puerta estaba sin llave) y dejarle en el baño el tesoro mas preciado. Pero era tarde. Muy tarde. Abelardo tuvo que elegir entre sus libros preferidos y entre grandes clásicos de la literatura. Era una decisión difícil sobre todo por la parte simbólica de la acción. Sentía que no podía defraudar a un autor ni a otro. Todos eran importantes y no eran merecedores de semejante humillación. Giró hacia la biblioteca, esa que tardó años en llenar y tomándose unos minutos eligió con los ojos cerrados. La primer hoja era la indicada, ya que no contenía texto sino la editorial y algún que otro prólogo sin importancia. De esta manera la culpa podría ser menor. Cerrando los ojos arrancó la hoja y realizó la triste acción....crashh

 Ya mas aliviado y con una mueca, cerró el libro y bajó la vista para ver de que se trataba. Era "Crimen y Castigo" de Dostoievski 

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